DISPARATES DE LOS ANGLÓMANOS (I)

Uno de los argumentos que vemos que los anglómanos esgrimen con cierta frecuencia para justificarse es que el meter anglicismos en la conversación «favorece la comunicación con personas de todo el mundo» (se sobreentiende que con personas que hablan otros idiomas).

A los anglómanos que dicen esto —muy jóvenes, por lo general— podríamos aplicar aquello de que «han oído campanas y no saben dónde» (esto es, que hablan de algo sin conocerlo bien y cometiendo errores), pues parecen confundir tres cosas: que el inglés se haya vuelto hoy día la lengua de las relaciones internacionales, el uso desmedido de anglicismos y que hay vocablos que son comunes a muchas o a casi todas las lenguas.

Porque cae de cajón que no es lo mismo hablar en inglés que hablar en otro idioma usando más o menos voces inglesas. Así, si topamos un día en la calle con un extranjero y este se llega a nosotros y nos echa un largo discurso en una lengua que desconocemos, por más que mezcle entre sus razones muchos anglicismos —de los más conocidos hasta por quienes chapurrean malamente la lengua de Shakespeare— la mayor parte de las veces no lo conseguiremos entender. ¿Acaso sabremos lo que quiere si se pone a hablarnos en su propio idioma, pero se sirve de los vocablos manager, sport, love, stop, baby, battle, yeah, daddy, ice-cream, webcam, unboxing, handicap, shopping, curvy, weekend y call center? Y, si se extiende en sus razonamientos y van saliendo los anglicismos happy end, bag, follow, like, vegan, engagement, alien, working, adviser, holidays, learning, briefing, world, agreement y and company, aunque no entendamos su lengua materna, ¿penetraremos, por obra y gracia de los meros anglicismos, el sentido de lo que el pobre extranjero trata de decirnos?

Por otra parte, tampoco es lo mismo usar anglicismos que usar extranjerismos introducidos —y asentados— en el español porque no teníamos voz propia y castiza que los tradujera apropiadamente. Pero estos extranjerismos hispanizados —llamémoslos así— han venido no solo del inglés; también de otros idiomas (francés, italiano, alemán, chino…).

Así, el que en la Edad Contemporánea el español haya recibido infinitos vocablos ajenos trae causa de la difusión de cosas nuevas: comidas y bebidas (espaguetis, budín o pudín, chantillí, rosbif, coctel, cruasán, gratinar, escalope…), juegos y deportes (futbol o fútbol, crol, parchís, jóquey, rali, esquí, tobogán…), armas e inventos (cederrón, hangar, remasterizar, pudelar, eclisa, casete, misil, craqueo, zum, chubesqui, metralleta, reciclaje, tranvía…), prendas de vestir y tejidos (fular, frac, nilón, canotié…) y, en general, voces que muestran el progreso y desarrollo de las ciencias, las artes y la tecnología. Comoquiera que desde el siglo XIX, la comunicación entre las naciones se ha hecho muy intensa, la mayor parte de los extranjerismos que los hispanohablantes hemos incorporado también los han incorporado los demás pueblos, por manera que se han convertido en universales. Pero tampoco esto basta para que personas que hablan distinta lengua se entiendan, habida consideración que las lenguas no son solo un montón de palabras puestas una detrás de otra sin orden ni concierto.

Lo dicho, pues: que los anglómanos han oído campanas, pero no saben dónde.


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