EL HUNDIMIENTO DE LOS PAÍSES BAJOS

Algunos medios de comunicación —la BBC (31 de octubre de 2018) y el diario El País (26 de noviembre de 2018)— recogen una noticia que a muchos anglómanos, sin duda, habrá sorprendido: que un grupo de profesores neerlandeses ha solicitado al Gobierno de su país que no se permita a las universidades crear nuevos cursos en inglés hasta que se haga un estudio serio sobre los efectos de la anglicanización de la enseñanza superior —en la cual la lengua oficial del reino se está convirtiendo en rara avis—.

 

Lo que piden no es mucho: no quieren que desaparezca el inglés de las universidades neerlandesas, sino solo que no desaparezca el holandés. Comoquiera que Holanda se cuenta entre las naciones más anglicanizadas de Europa, el temor de esas personas no puede tacharse de infundado; mas por eso mismo también lo más probable que ocurra es que los gobernantes no les presten atención, ya que, al igual de la mayor parte de los habitantes del reino, se habrán acostumbrado a que el inglés se use en muchos ámbitos de la vida, y ya se sabe que la costumbre tiene fuerza de ley. Además, por lo que se colige del texto de la noticia, dichos gobernantes y buen número de gobernados— se consolarán pensando que el idioma de los Países Bajos subsistirá mientras sea empleado por los ciudadanos en sus relaciones y negocios privados, como si no fuera importante que las disciplinas académicas se enseñen en otro idioma —pues los estudiantes solamente aprenden el vocabulario de la rama del saber correspondiente en tal idioma, por manera que se impide que el otro produzca los términos adecuados y también los neologismos necesarios para definir los progresos que acaezcan, lo cual significa condenar al holandés a dejar de ser apto para la comunicación y divulgación científica y técnica—.

 

Por otra parte, quienes suponen que basta que su idioma quede para lo puramente privado olvidan algo muchísimo más importante: que, en todos los casos de sustitución de una lengua por otra que ha habido en la historia, la sustitución ha comenzado por las clases sociales cultas, urbanas y adineradas, ¿y qué son los universitarios de los Países Bajos sino los miembros de esas clases? Siempre se ha visto que las lenguas mueren primero en las ciudades y que su último bastión es el campo. No otra cosa ocurrió, por ejemplo, con la romanización en Europa occidental.

 

A esto algunos objetarán que también en Holanda, aunque no fue romanizada antiguamente, el latín tuvo enorme peso en la Edad Moderna y que ello no significó la pérdida de su idioma nacional:

 

«El holandés —o la verdadera lengua nacional de los neerlandeses— no ha llegado más que por el curso de muchos siglos al estado en que hoy se encuentra. Las luchas incesantes de que han sido teatro los Países Bajos fueron el obstáculo más grande a sus progresos así como a los de la literatura en general. Lo que ha impedido que su desarrollo sea más rápido es la influencia preponderante del latín. Con efecto, hombres tales como Erasmo y Grocio descuidaron enteramente su lengua materna para no emplear en sus obras más que este idioma extranjero. En semejante estado de cosas es hasta sorprendente que la lengua holandesa se haya elevado desde la primera mitad del siglo XVIII a un cierto grado de esplendor» (Francisco de P. Mellado, Enciclopedia moderna. Diccionario universal de literatura, ciencias artes, agricultura, industria y comercio).

 

Pero entre usar el latín entonces y usar el inglés hoy hay grandes diferencias. No cabe dudar de que en la época moderna el latín era la lingua franca y la lengua de cultura por excelencia: la lengua de las universidades, la lengua en la que se escribían los grandes tratados científicos, teológicos y filosóficos; bien que, a pesar de todo ello, seguía siendo una lengua muerta (nadie la tenía por materna ya, exceptuando casos como el del francés Montaigne), propia de un grupo selecto de personas instruidas —pues la mayor parte de la gente era analfabeta—; y, por eso, no amenazaba con sustituir ya a ninguna otra —y mucho menos a las romances, hijas suyas, que cada vez gozaban de más autoridad y cultivo literario—.

 

Por eso, el uso del latín no impidió la expansión del holandés durante la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, expansión que se acometió gracias a los viajes marítimos y la colonización de tierras en América, Asia y África, y así lo leemos en obras del siglo XIX:

 

«El holandés, que se habla en las siete provincias del norte y en algunos cantones de las limítrofes del sur; y con variedades y mezcla en el África, en la Oceanía, en la América neerlandesa, en muchos distritos de las islas de Ceilán, de la India, de la península de Malaca, del extremo del África austral y de la Guyana. Algunos millares de agricultores de Nueva York, de la Pensilvania y de la Nueva Jersey de origen holandés conservan todavía su idioma, mientras que sus hermanos que habitan las ciudades lo olvidaron hace tiempo» (Cesare Cantù, Historia universal).

 

«Los grandes del imperio [japonés] saben el idioma holandés: escriben y leen mucho en esta lengua, y leen también las gacetas holandesas, que los tienen al corriente de las ocurrencias que pasan en Occidente» (Adrián Balbi, Novísima geografía universal).

 

Y todavía la famosísima Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, publicada por la editorial Espasa a principios del siglo XX, considera que el holandés es una lengua internacional —como el español, el inglés, el francés, el ruso y el alemán—, pues se hablaba no solo en los Países Bajos y norte de Bélgica, sino también en Indonesia, Surinam y varias islas americanas.

 

Menos de un siglo después, el holandés está al borde de desaparecer hasta del lugar de Europa en que nació.

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