OBSERVATORIO DE LA ANGLICANIZACIÓN (DEL DICCIONARIO DE LA RAE)

A finales de 2023 la RAE ha hecho, como acostumbra hacer periódicamente, diversos cambios en su diccionario. Además de añadir los sinónimos de cada una de las palabras que ya había —lo que ha recibido el pláceme de casi todo el mundo— y revisar la etimología de varias de ellas, introduce unos cuantos términos coloquiales consagrados por el uso (chundachunda, marichulo, posturear…) y, sobre todo, tecnicismos (accidentología, biocapacidad, exodoncia, implantología, ultraactividad…), términos estos últimos que quizás deberían estar en las enciclopedias y no en el diccionario general de la lengua española, como a veces recuerda algún que otro crítico.

Respecto de los extranjerismos que la RAE ha tenido a bien introducir en su obra, es de elogiar que se mantenga la costumbre de escribir en cursiva los que no se consideran incorporados al idioma (para que se entienda claramente que no son vocablos españoles). Lo que ya no merece tanto elogio es que no distinga entre extranjerismos necesarios e innecesarios y que a los innecesarios no se les ponga la correspondiente traducción, como si esta no existiera: como si nuestro idioma careciera de palabras propias para sustituir tales extranjerismos.

Es lo que pasa, por ejemplo, con el anglicismo aquaplaning, que se ha recogido sin remitir a ninguno de los términos que se proponen para traducirlo, y que son acuaplaneo, planeo acuático e hidroplaneo. En particular, sorprende que no se haya incorporado el primero de los mencionados —acuaplaneo—, que es el que más se oye y el que más se parece a la palabra inglesa.

De la misma manera procede la corporación con el galicismo au pair. Omite toda traducción, a pesar de que en la mayor parte de los casos se puede sustituir por niñero extranjero y niñera extranjera.

También se recoge ahora el barbarismo anglicado balconing, pero no balconismo, que es el término que se suele usar en su lugar.

Otro extranjerismo que se halla en la misma situación es el anglicismo banner. La Real Academia ha tenido a bien meterlo en su diccionario y definirlo —extensamente, además—, aunque sin remitir a ningún término español que lo traduzca; a pesar de que los hay, como pancarta (publicitaria) y banderola (publicitaria) digital.

Y otro anglicismo, sexting, tampoco parece tener traducción para la RAE… Como si la corporación se hubiera olvidado de que se puede decir texteo erótico o aun acudir al neologismo sexteo.

Por el contrario, a las palabras big data y VAR sí que se les da la traducción correspondiente. Así, en el texto de las modificaciones se dice que big data es en español macrodatos y también inteligencia de datos. Respecto de VAR —que aclara que son las siglas de video assistant referee—, se remite al neologismo videoarbitraje, neologismo bien formado que ahora se recoge debidamente en la obra académica.

Aparte de estos extranjerismos, que podemos —y debemos— considerar superfluos, hay otro grupo en el que se incluyen los que designan cosas nuevas y que carecen de traducción: extranjerismos que hay que considerar, por tanto, necesarios. Acierta, pues, la RAE al incluirlos en el caudal del idioma. Sin embargo, lo que en este caso se echa de menos es lo contrario que en los otros: que los deje escritos en cursiva y no los adapte a nuestra fonética y ortografía para que se lean y suenen como si fueran propios (costumbre muy observada por la corporación en lo pasado y ahora, por desgracia, cada vez más olvidada).

Así, se recoge el italianismo boccia, que es, según el texto de las modificaciones, un «deporte para personas con discapacidad» que se asemeja a la petanca y a las bochas; pero no nos aclara cómo debe escribirse ni pronunciarse en español (suponemos que debería ser bocha, y que se diferenciará del de las bochas en que uno se dice en singular y el otro en plural).

Lo mismo ocurre con el nombre del famoso perro bulldog, que se nos mete en el diccionario con la forma inglesa, sin resolver cuál es la forma que debería considerarse adecuada para los hispanohablantes, ya que hay tres en liza: buldog, buldó y buldogo (esta última, por cierto, muy estimada tradicionalmente por emparentarse con la voz dogo, que ya tenemos desde el siglo XVIII).

¿Y qué decir de la introducción del sinismo feng shui? ¿No habría sido mejor fensuí, como proponen algunos, que es más agradable y fácil de pronunciar?

Por otra parte, a caballo entre este grupo y el anterior podemos incluir algunos vocablos que tienen ciertas particularidades:

Bobsleigh, que es anglicismo que designa una especie de trineo, además del deporte que se practica con tal trineo. Aunque alguna vez se ha tratado de traducir por trineo doble, tal traducción no tiene casi uso. Lo que más se oye es, sin duda, el término inglés; bien que no se entiende por qué se mantiene su forma original, que a cualquier hispanohablante, de buenas a primeras, se le antoja impronunciable. Podía haberse dicho bosle —o bosley o bosled— o hasta tomado la graciosa adaptación betotrineo, que juega con la etimología (bob significa ‘pieza pequeña’; y sleigh, ‘trineo’) entendiendo que Bob, en realidad, es el hipocorístico de Robert, nombre propio que en español es Roberto, al que le corresponde nuestro hipocorístico Beto.

Bracket, que es otro anglicismo bastante difundido y que suele usarse en plural. Para evitarlo se han propuesto traducciones muy acertadas, como aplique dental, aplique ortodóncico, corchete dental, corchete ortodóncico, soporte dental, soporte ortodóncico y pieza de fijación dental; y también otras más generales, como aparato dental, aparatos dentales, correctores dentales, frenos y frenillos. No se entiende por qué la RAE no ha recogido ninguna de estas ni por qué, si no las considera satisfactorias, no hispaniza el voquible (por ejemplo, con la forma braces, que se oye a veces y que no suena nada mal).

Cookie, que es otro anglicismo, bien que del ámbito de las nuevas tecnologías, y que se incluye ahora en la obra académica también sin traducción, aunque algunas sí que se han propuesto, como testigo de conexión y galleta (informática) . No se puede negar, sin embargo, que muchos consideran este vocablo definitivamente integrado en el idioma, lo cual no impide que, si se les quiere dar la razón, se introduzca con una forma agradable a los ojos de los hispanohablantes: cuqui, por ejemplo.

Macguffin, que es una palabra inventada por Alfred Hitchcock, famoso director de cine anglosajón, y que se podría traducir por pretexto cinematográfico; aunque tampoco se puede negar que su uso es universal y que ha sido recibido por todos los idiomas (hasta por el francés y el esperanto, que tanto se tratan de defender de los extranjerismos innecesarios). Por desgracia, al igual que en los demás casos, la RAE no nos aclara cómo se dice en español: ¿ha de ser macgufín (con acentuación aguda) o macgufin (con acentuación llana)?

Parkour, que es voz francesa y que, tal como la define el texto de las modificaciones, designa cierta «actividad deportiva desarrollada al aire libre». Aunque a veces se ha propuesto traducir por arte del desplazamiento, lo cierto es que casi todos los hispanohablantes —y los hablantes de otras lenguas también— usan el extranjerismo. Lo que se echa de menos es, como en las anteriores voces, que no se haya hispanizado (por ejemplo, con la forma parkur; o, mejor todavía, parcur).

Solo dos de los extranjerismos de uso corriente que pueden considerarse necesarios se han incorporado al DLE con la forma aparentemente ajustada a la ortografía y fonética española: doula y grisín.


Y decimos «aparentemente» porque el primero, que procede del griego y no es un mero tecnicismo, algunos lo pronuncian como se escribe, doula, y otros dula. Sirve para denominar a cierta persona que auxilia o colabora de varias maneras en el parto, y su introducción en el caudal de nuestro idioma no merece crítica al ser la doula distinta de la clásica comadrona o partera. Así lo han entendido también muchos otros idiomas, que han hecho suya la voz.
El hecho que su gran difusión traiga causa de que el inglés la haya prohijado no la convierte en anglicismo, sino que demuestra, ¡oh, paradoja!, que sigue siendo más universal la lengua de Aristóteles que la de Shakespeare.

Por su parte, grisín no ofrece ninguna duda respecto de su pronunciación y ortografía. Es, según la RAE, voz piamontesa (según otros, italiana) que designa un palito de pan crujiente. También tiene mucho uso en muchos idiomas desde que en el siglo XIX se empezara a difundir esta clase de pan por todo el mundo (entonces por obra y gracia de la lengua francesa, que era la lengua de comunicación internacional).




Véase: texto de las modificaciones más importantes introducidas por la RAE en el año 2023.

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