DISPARATES DE LOS ANGLÓMANOS (IV)

¿Quién no se admira de lo idolatrada que es la lengua de Shakespeare actualmente? Hasta su ortografía, de la que no hay hombre con dos dedos de frente que no se queje, les parece a los anglómanos la cosa más bella y digna de respeto.


Así, cuando la necesidad nos obliga a incorporar alguna voz inglesa, los anglómanos se alegran sobremanera; pero no les dura mucho el contento, pues se suele adaptar la escritura del anglicismo para que no difiera de la de las demás palabras españolas. Claman, entonces, al cielo por lo que consideran «ridícula deformación» del vocablo original, y arremeten duramente contra la RAE por favorecerlo (llamándola «institución decimonónica», como si el siglo XIX hubiera sido una época horrible de vikingos, trogloditas y mogoles).


Nos figuramos que los pobres anglómanos querrían sacarse los ojos para no ver en ningún diccionario voleibol, bumerán, gol, nansú, rali o rocanrol. Las formas inglesas originales (volleyball, boomerang, goal, nainsook, rally y rock and roll) deben de irradiar alguna extraña magia que anima a disfrutar de la vida.


Pero pasa con esto lo mismo que con otras tonterías que los anglómanos suelen esgrimir contra quienes apreciamos nuestro idioma —que es el suyo también—: que, así que se piensa un poco, se descubren sus incongruencias y contradicciones. Y, en lo tocante a respetar la escritura etimológica de la palabra extranjera recibida, al punto nos asalta la duda de si también querrían que se hiciera con todas las voces que, tanto del inglés como del francés y del italiano (por ser estos tres los más importantes), ha tomado nuestra lengua desde antiguo. ¿Querrían ver en los diccionarios no solo arrow root, sino también approches, meringue, maisón, nicchio, pignatta, canezou y ghibellino en lugar de las hispanizaciones correspondientes, a las que ya todos estamos acostumbrados?


Y otra duda más grave se nos ofrece: comoquiera que nuestra lengua procede de la del Lacio, ¿no habría también que respetar la ortografía de todas las voces latinas que tenemos? ¿No habría que escribir assessor, orthographía, philosophía, kalendario, stilo, rythmo, vicissitud y theatro? Esto se hacía antiguamente, y por obra y gracia de la tan denostada —y «decimonónica»— RAE, se dejó de hacer. ¿Quieren los anglómanos, entonces, que tomemos otra vez aquella costumbre?


Porque don Camilo Ortúzar pensaba lo mismo en 1893 (y eso, que sepamos, era el siglo XIX):

    «Las lenguas romances, al entrar en su edad literaria, y en sus primeros ensayos ortográficos, se atuvieron a la ortografía de los latinos; así es que no hace todavía cien años escribía el castellano análysis, etymología, mártyr, etc.; pero luego, dando menos importancia a los orígenes de las voces, se han sustituido por íes todas aquellas yes. El francés, no obstante, se mantiene fiel a la etimología y esa fidelidad ortográfica a los orígenes es circunstancia que le ha favorecido y le favorece mucho para dar a su idioma la universalización que va alcanzando» (Diccionario manual de locuciones viciosas y de correcciones de lenguaje, página 318, columna 1).



Si lo de atenernos a la etimología no solo se aplicara a los anglicismos actuales, sino a todo, por manera que para escribir nuestra lengua tuviéramos las mismas dificultades que los franceses —y los anglosajones— para escribir la suya, ¿qué dirían los anglómanos?


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