LA CONQUISTA DEL MUNDO
DIVERTIMIENTO POÉTICO
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Como Alejandro Magno, como Trajano,
la lengua de Shakespeare y de lord Byron
—la de la isla a la que llaman «pérfida Albión»—
está a pique de conquistar el mundo.
La fortuna es favorable a las naciones
que hablan la lengua inglesa:
usaron con buen éxito hace años —y hace siglos—
de las armas que Marte da a los bravos ejércitos,
y ahora están recogiendo frutos opimos.
Ya no les hacen falta carros de combate ni cañones
—aunque no dudan en utilizarlos—.
Su lengua ha sustituido a la francesa
—que había sustituido a la latina—
en las relaciones internacionales,
por manera que a todos los seres humanos se les enseña
y todos los seres humanos se esfuerzan por aprenderla.
Los más jóvenes hasta han olvidado
qué eran el francés y el latín.
Hasta los míseros hombrecillos que desean
que su voz no se confunda con el viento
y se pierda para siempre
hablan en la lengua en que tantos y tantos dicen
Oh say, can you see, by the dawn’s early light
o God Save the Queen.
Y los anglosajones no solo han acallado
a los orgullosos habitantes de la Galia,
tan pagados de su idioma;
también a los chinos y a los rusos, que parecían irreductibles.
Como consecuencia de todo esto,
el mundo se está anglicanizando a buen paso:
los libros que de ciencias tratan en inglés se escriben;
las películas norteamericanas en todas partes se ven, aun sin doblaje;
por doquier se oye la música que se canta en inglés;
por doquier se ponen carteles en inglés;
en todos los países a los extranjeros se les habla en inglés.
Ya se habla dicha lengua en los dominios de Hécate
—fueron los estadounidenses
los primeros mortales en hollarlos—
y sospechamos que hasta en el sombrío reino de Plutón.
Las voces de los anglosajones,
aun las que se pueden traducir sin dificultad,
a los ojos de quienes no son hablantes nativos de inglés
se han convertido en valiosísimas joyas
—joyas más valiosas que las del tesoro de Alí Babá—,
y ansían con ellas llenar las otras lenguas,
más y más, hasta estragarlas.
Pero se han convencido a sí mismos
de que no las estragan, sino que las enriquecen.
Aun el joven despechado, que llora y suspira
a causa de sus amores
halla algún consuelo empleando los vocablos love y crush.
Londres, Oxford, Washington y Nueva York
son en la actualidad las ciudades
en que los héroes de una nueva mitología
viven y acometen las grandes empresas
que los harán famosos eternamente.
Y en tales ciudades prodigiosas
creemos que nació la civilización,
y allí mandaremos a nuestros vástagos
para que aprendan a vivir
—y a ver si, de paso, se convierten en héroes también—.
Ya Mesopotamia es poco más que el nombre
de un fantasma ridículo, como la Atlántida.
Roma y Atenas jamás existieron.
Y, aunque no os asuste, compatriotas, lo que contamos;
aunque ninguna amargura os cause,
es la verdad.