LO ABSURDO
Una de las cosas más notables de la Constitución vigente fue que nació del pacto entre personas y partidos de muy diversas ideologías. En consecuencia, trató de contentarlos a todos sin contentar a ninguno en particular.
En el ámbito lingüístico, nuestra carta magna trató de compaginar la oficialidad de la lengua castellana —que, tras la unificación del siglo XV, con el correr del tiempo se convirtió en la general de España— con la existencia de idiomas regionales. Así, declaró el castellano lengua oficial del Estado, pero añadió que las demás lenguas españolas podían ser oficiales en las regiones en que se hablaran.
Por desgracia, los políticos han dado al traste con la armonía que pretendió establecer la Constitución, sembrando discordia y tratando de encismar a los ciudadanos, poniendo a unos contra otros (actitud característica del político, que, por alguna extraña inspiración, cree que, cuando la gente tiene que decidir entre dos extremos, los más elegirán lo que el dicho político defiende y no lo del contrario).
Y en lo lingüístico notamos esto en que se está tratando de que quienes habitan las regiones bilingües usen de una sola de las lenguas y sepulten en el olvido la otra, sin advertir que la historia moderna de esas partes de España se ha escrito tanto en castellano como en la lengua regional correspondiente, por manera que el suprimir una de ellas significaría aniquilar la mitad de su historia y de su ser.
Lo más curioso es que tales políticos, a la par que intentan destruir lo propio, reciben lo ajeno con gran afición; y, así, no solo no protestan contra la anglicanización —que amenaza con acabar con todas las lenguas de España—, sino que la promueven y justifican sin ningún pudor.
Parecen locos, aunque no lo están.