CON MIEDO Y CON ESPERANZA
Tenemos miedo porque vemos que la anglicanización —sobre todo, en el ámbito de la educación—, progresa aceleradamente; por manera que en algunas regiones de España se están aprobando planes para que en los colegios públicos se den más y más asignaturas en lengua inglesa —ni que decir tiene que en perjuicio de la castellana—, aun a pesar de la oposición de la mayor parte de los profesores. Nuestros políticos no se avergüenzan de proclamar que lo único importante de la educación debe ser aprender inglés, y ya hasta confiesan querer convertirlo en lengua vehicular de España (y el adjetivo vehicular para ellos significa que sea la lengua más importante, más que la castellana y las lenguas regionales), sin que ni Estados Unidos ni el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte hagan lo propio con el español en contracambio.
Tenemos miedo porque esta furia anglicanizadora está llenando nuestro idioma de extranjerismos innecesarios; y la gente no solo no los trata de evitar, sino que se enorgullece de usarlos. Así, por ejemplo, vemos que de un tiempo a esta parte se han difundido mucho los vocablos ingleses fake y fake news para llamar a las noticias falsas, y los anglómanos, a pesar de tener un término castellano tan claro (allende de otros como paparruchas, bulos, faramalla, cuento chino, etc.), se obstinan en emplear el anglosajón (y hasta algunos dicen que el anglosajón debería ser reconocido por la Academia de la misma manera que en su día pasó con football, como si no distinguieran entre vocablos que designan cosas desconocidas y vocablos que designan lo que toda la vida hemos llamado de una manera).
Tenemos miedo, mas, habida consideración de cómo somos los españoles, no extrañamos lo que está ocurriendo. Ya decía el escritor clásico Gregorio de Alfaro, en su Breve tratado de república:
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«… en nosotros todo es imitado. ¡Y aún si nos contentásemos con lo que es justo y razón…!, pero imitamos lo peor hasta hacerlo nuestro».
Y Donoso Cortes, en su carta al Conde de Baczynski (23 agosto de 1849) lo expresó con más claridad:
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«… en España toda novedad es admitida al instante, y todo lo que penetra en España, luego, al punto, llega á los últimos límites de la exageración. El carácter histórico de los españoles es la exageración en todo…».
Y, comoquiera todas las naciones del mundo se está anglicanizando, la nuestra se ha determinado a hacerlo tan intensamente como las que más (Países Bajos, Suecia, Finlandia, Noruega…).
Pero los de la Asociación para la Defensa del Patrimonio Lingüístico de España también tenemos esperanza, porque vemos que, al paso que la imposición del inglés es mayor, se percibe contra ella cierta reacción. Así, el pasado mes de marzo, dos escritores muy conocidos, Juan Manuel de Prada y Julián Marías, publicaron en la prensa sendos artículos muy duros, pero muy claros, sobre este mal.
El del señor de Prada, debajo del título Asnos bilingües (XLSemanal, 4 de marzo), arremete contra el principal instrumento de la anglicanización, que es el uso del inglés para enseñar las asignaturas en colegios e institutos. Critica que esto se haga solo para satisfacer los intereses del mercado y la anglomanía de nuestros políticos, aun con la oposición de los profesores y estudiantes. Critica lo absurdo que es que se expliquen en una lengua extranjera las disciplinas académicas —sobre todo, las muy técnicas—, y que ello acarrea que no solo no se aprendan las dichas asignaturas, sino también que los estudiantes cada vez hablen peor su lengua materna.
Por su parte, el no menos famoso Julián Marías, en su artículo Copiones todos (El País Semanal, 10 de marzo), nos recuerda, sin ambages, lo ridículos que llegamos a ser los españoles, ya que a todos se nos ha encajado en el cerebro el convertirnos en estadounidenses. Esa es la razón por la que nuestros canales de televisión retransmiten lo del coloso americano como si fuera propio de España. Esa es la razón por la que importamos no solo sus vocablos —estragando con ellos nuestro idioma—, sino también sus fiestas y sus conmemoraciones.
Tenemos esperanza de que nuestros compatriotas lean y rumien las reflexiones tan sabias de las plumas de estos literatos y, así, se aumente el número de los que se oponen a la anglicanización.