HACIA LA ANGLICANIZACIÓN TOTAL

En un artículo publicado por Fernando Peinado y Mariano Zafra el 9 de octubre de 2022 en el diario El País se trata sobre la anglicanización —o anglificación o anglización, como queramos llamarla— del corazón de la capital de España: la Gran Vía de Madrid. Los autores notan que cada vez se ponen más nombres y anuncios en inglés —y solo en inglés—, como si a los comerciantes les importase un bledo que sus compatriotas no los entendiesen, como si los letreros no estuviesen destinados más que a anglohablantes. La causa de esto es la gran autoridad de que goza la lengua de Shakespeare como lengua de comunicación internacional, que avasalla a todas las demás. Recuerdan cómo, con el tiempo, se ha pasado de rotularlo casi todo en español a rotularlo casi todo en inglés. Y no dudan en hacer la siguiente predicción: que dentro de 20 o 30 años «nuestros nietos tendrán un buen dominio del inglés y el idioma español compartirá con el inglés el panorama nacional como el hindi y el inglés lo hacen en la India […]. Quizás parezca exagerado, pero hace 20 o 30 años era difícil imaginar que el inglés iba a ser una lengua tan usada hoy en los negocios, las ciencias o las universidades».

Reflexiones como esta nos sorprenden porque se atreven a cuestionar la bondad de algo que, para la mayor parte de los ciudadanos —incluidos los políticos, que atienden solo a obtener votos al precio que sea—, es incuestionable: que todo ha de sacrificarse al inglés. Y, como es bueno que todo se sacrifique al inglés, durante estos 20 o 30 años, por ejemplo, hemos pasado a impartir en inglés las asignaturas de muchos colegios y universidades. La palabra bilingüismo se ha convertido en habitual en el ámbito de la enseñanza. No se ha dudado en simplificar los contenidos de materias como Matemáticas, Ciencias y Música para convertirlas en meros pretextos para que los alumnos practiquen más el inglés hablado y escrito. Que esto impida aprender bien el contenido de las asignaturas correspondientes no importa, ya que parece que lo único que importa es aprender la lengua de Shakespeare (quizás porque se presupone que los alumnos verdaderamente valiosos, una vez adquirido buen dominio de dicha lengua, continuarán sus estudios en naciones anglosajonas); parece que lo único en lo que se funda el concepto de calidad de la educación es en el aprendizaje del inglés. Nunca se ha ocultado que se quería imitar a Suecia y a los Países Bajos, donde el uso del inglés en la enseñanza —y el trabajo— es más habitual que el del sueco y el neerlandés, respectivamente.

Durante estos años, además, el deseo de incorporar el inglés a la vida cotidiana ha llegado a extremos estrambóticos, como aconsejar que uno de los progenitores les hable a los hijos siempre en inglés —aunque lo haga mal—, o aconsejar que se vean las películas y los dibujos animados en versión original (en inglés, claro; no sabemos si tal recomendación se extiende a las producciones cinematográficas japonesas o rusas). Y se ha convertido en habitual el sufrir que, de cuando en cuando, pretensos intelectuales pidan la supresión del doblaje —con la disculpa, precisamente, de que no facilita que se aprenda inglés—.

Y también hemos incorporado anglicismos innecesarios sin parar, miles de anglicismos, para que nuestro idioma se parezca lo más posible al inglés. Los anglómanos a veces pretextan que las lenguas evolucionan o que siempre se ha visto que unas lenguas tomen términos de otras; pero cada vez más —y con más descaro— nos dicen que es la consecuencia natural de eso que se llama globalización y que, como en los tiempos que nos ha tocado vivir todo lo gobiernan y lo inventan los anglosajones —en particular, los estadounidenses—, no nos queda sino aceptar todos los términos que ellos forjen.

Hasta tal punto ha llegado la anglomanía que lo europeo y lo internacional se identifican con lo anglosajón. Se habla del inglés como si fuera la única lengua internacional, como si el español, el ruso, el árabe, el francés o el portugués no fuesen también internacionales; como si no hubiese habido antes que el inglés otras lenguas de comunicación internacional (porque, recordemos, el francés tuvo tal papel desde mediados del siglo XVII hasta el final de la II Gran Guerra; y antes que el francés, el latín). No es de extrañar que, cuando el Reino Unido decidió dejar la Unión Europea en el año 2016 (lo que se conoce como brexit) y algunos bromearon con que el francés volvería a ser la lengua de comunicación internacional del Viejo Continente, los más anglómanos, que creyeron que la broma iba de veras, se apresuraron a decir que el francés los franceses lo consideraban muy suyo, a diferencia del inglés, que no era de nadie. Pero ¡en qué cabeza medianamente bien amueblada cabe que una lengua étnica no es de nadie! El grado de anglomanía nos ha llevado a hablar del inglés como si fuese el esperanto o la interlingua del IALA; como si lo hubiesen fabricado unos sabios de barbas blancas en un laboratorio con el fin de facilitar la comunicación entre todos los seres humanos en pie de igualdad; como si no se hubiese extendido (al igual que las demás lenguas internacionales) con las armas.

Lo más curioso es que hace 20 o 30 añós los partidarios de meter el inglés en todas partes nos decían cosas muy distintas de las de ahora: nos decían que, al paso que aprendiésemos mejor dicha lengua, evitaríamos los anglicismos innecesarios (al conocer exactamente lo que significaban) y que hasta disfrutaríamos más del español (bien que sospechamos que esto no era sino una mera frase hueca). Pero ya hemos comprobado que se equivocaron o mintieron: estamos aprendiendo y usando el inglés para convertirnos en una sociedad tan anglosajona como la británica o la estadounidense, lo que acarreará la desaparición del castellano o español y de las demás lenguas que se hablan en estas tierras. No otra cosa está pasando ya en los idolatrados Países Bajos, donde la anglicanización es tal que algunos avisan de que el neerlandés corre peligro; a Alemania, por su parte, tampoco le falta mucho para parecerse a los Países Bajos; y en Italia se usan ya tantísimos anglicismos que el idioma camina imparable a una criollización. Solamente los franceses —porque su lengua fue la lengua de comunicación internacional y dejó de serlo por obra y gracia de la inglesa— se han percatado de la gravedad de la situación y por eso aprueban leyes para evitar el uso del inglés e imponen traducciones oficiales de términos anglosajones. Tarde o temprano los demás pueblos tendremos que imitarlos o decidir si nos anglicanizamos del todo.



Entradas recomendadas

Dejar un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contact Us

We're not around right now. But you can send us an email and we'll get back to you, asap.

Not readable? Change text. captcha txt

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies