LA SEMILLA DEL ODIO
Cada vez es más frecuente, al analizar lo que opina la gente sobre la defensa del idioma, hallar razonamientos extraños y ridículos, como el de quienes dan en que las instituciones y asociaciones que velan por el buen uso de la lengua, sobre todo la Real Academia Española (RAE) y la Fundación del Español Urgente (Fundéu), con su actitud de rechazo de extranjerismos innecesarios lo que hacen es mover al común de los hablantes a odiar a los que suelen emplear tales vocablos.
No merece sino que se llame extraño y ridículo tal razonamiento porque la RAE y la Fundeú no amenazan a quienes se obstinan en emplear extranjerismos horribles —como outfit, link, hobby, mobbing y skating— con mandarles una turba furiosa de aspirantes a puristas armados con diccionarios y gramáticas para que les zurren; sino que, muy por el contrario, dan solamente consejos que cada hablante puede seguir o no.
Pero, aun en el caso de que entendiésemos que las instituciones y asociaciones a que nos referimos infunden odio —siquiera involuntariamente—, como, según Bossuet, «el odio que se profesa a un objeto no viene sino del amor que se tiene a otro» (y este otro sería, en nuestro caso, las lenguas patrias), nos preguntamos si los detractores de tales instituciones y asociaciones incurren en lo que rechazan —en algún género de odio por amar excesivamente otra cosa—, porque no deja de ser curioso que, habiendo tanto en nuestro mundo que hace que la gente se aborrezca y se pelee, no disparen contra lo más grave, sino contra naderías. Nos preguntamos si obran así porque, en el fondo, son anglómanos: porque el objeto de su amor es todo lo inglés y lo disimulan de esta manera.
Pero, si no son anglómanos, se nos ofrece otra duda: si la misma opinión que tienen de la RAE y la Fundéu la tienen de quienes tratan de que se hablen lenguas extranjeras correctamente: sin ir más lejos, del profesor de inglés que reprocha públicamente a alguno de sus alumnos errores tan comunes como el eliminar la -s de la tercera persona del presente de indicativo o formar en -ed el pasado de todos los verbos irregulares (ya que quizás más que reproches el alumno merecería una gran medalla de oro por simplificar la sencillísima lengua que, según se nos repite hoy día hasta el cansancio, ya no es de Shakespeare, sino de todos).
Aunque también se nos ocurre que quizás han dado en disparar contra la RAE y la Fundéu precisamente porque, como hay tantísimas cosas tan graves que separan y dividen a los hombres, no se atreven sino con lo que parece más fácil de criticar, pues, en otro caso, ellos sí se volverían blanco de odio, insultos y desprecio —lo cual no recibirán de quienes velan por el buen uso de los idiomas nacionales—.
Los buenos filántropos, que desean que reinen la armonía y el amor entre todos los seres humanos, no dejarían pasar la ocasión de señalar con el dedo no solo a quienes tratan de poner un poco de orden en el maremagno caótico que es el lenguaje moderno; por manera que lo lógico sería que también acusasen de cizañeros y revolvedores, por ejemplo, a los moralistas y filósofos —que se afanan en determinar qué es el bien y el mal— y a todos los políticos —cualquiera que fuese su ideología—, ya que abanderizan al pueblo y lo dividen en parcialidades y facciones.
Y los llevados de celo puramente filantrópico deberían dedicarse también a criticar a quienes polemizan en la televisión, los periódicos y las redes sociales (y aun deberían abogar por la desaparición de todos esos medios de comunicación, pues son fuente inagotable de discusiones y de propagación de errores y noticias falsas de todo género).
Y también su rechazo de las diferencias habría de extenderse a las que se mueven entre meros particulares; habrían de clamar por que no hubiese juzgados, tribunales, abogados, procuradores ni jueces —pues favorecen que la gente que se mete en pleitos se odie—; y hasta, cuando viesen a alguien en la calle reñir con otro, deberían intervenir muy voluntariosamente para llenar de amor y paz el corazón de los que discuten.
No sabemos qué vara de medir usan esos pretensos filántropos.