PARA QUE NOS ENTENDAMOS

«El primer objeto de un legislador debe ser la educación». Lo decía aquel famoso griego llamado Licurgo. Gran verdad, sin duda; aunque tampoco ofrece duda el que, para que puedan enseñarse bien los saberes y los principios morales a los jóvenes, hay que hacerlo de manera que estos entiendan lo que se les trata de inculcar.


Por desgracia, topamos con que gran parte de los señores que se sientan en las Cortes y en los parlamentos autonómicos, a quienes llamamos legisladores, están convencidos —y ni un ápice se avergüenzan de confesarlo— de que el vehículo ideal para transmitir las enseñanzas no debe ser la lengua castellana —oficial en toda España— ni las lenguas regionales —cooficiales en varias partes—, sino una lengua extranjera: la inglesa.


Y aquí traeremos a colación otra gran verdad, dicha en este caso por el español don Francisco de Quevedo: «lo que en la juventud se aprende, toda la vida dura». Esto, aunque nos ciñamos a lo puramente lingüístico, también se aplica, y ya vemos que el mucho interés en lo ajeno —en el idioma de la Gran Bretaña— ha traído consigo el desprecio de lo propio: ya vemos que esta última generación usa más anglicismos que la generación anterior (hasta el extremo de que la cantidad de vocablos ingleses que en estos años ha entrado es muchísimo mayor que la que suman todos los galicismos que hubo que padecer desde principios del siglo XVIII hasta mediados del XX).


Y lo que acabamos de referir trae causa de una educación que puede considerarse todavía no excesivamente anglicanizada… ¿Qué ocurrirá, pues, cuando se sigan extendiendo monstruos como el bilingüismo y a la siguiente generación la anglicanicemos un poquito más?


¿No parece razón suficiente para pedir que la educación se imparta en las lenguas de los españoles y oponerse a la enseñanza en inglés —que no del inglés— el oír a un joven decir que no sabe cómo se llama tal o cual cosa sino en el idioma de Shakespeare? ¿Ninguno de nuestros legisladores se pregunta, cuando a sus oídos llega cosa semejante, por qué el muchacho no ha aprendido a decir esas palabras en su lengua materna, y sí en inglés, que no es lengua oficial en esta nuestra piel de toro? ¿Ninguno de los que tienen en sus manos el hacer las leyes tocantes a la educación se sorprende de que en ninguna escuela, instituto, facultad o curso de especialización se le haya enseñado a tantos y tantos jóvenes a evitar anglicismos —para cuya traducción las más de las veces tenemos palabras de sobra en los diccionarios—?


A quienes están convencidos de que el hablar perfectamente la lengua inglesa es el fin principal al que debe aspirar la educación española, la incorporación de inglesismos a espuertas, necesarios o no, no les importará; antes al contrario, lo juzgarán un mal menor (o un gran bien, porque favorecerá que la gente use de la lengua que tanto idolatran a todas horas, en todos los ámbitos de la vida); pero a quienes vemos en la introducción de tal cantidad de extranjerismos el comienzo de la aculturación y de la consiguiente pérdida de la lengua propia no puede sino espantarnos.
Y a sentir el mismo espanto que nosotros llegará cualquier persona de juicio recto y prudente, pues basta que mire cómo ha mudado el idioma en tan breve tiempo; basta que piense un poco en lo que ocurrirá si sigue anglicanizándose todo sin freno y sin mesura.


Pero, aun guiándose del juicio recto y prudente, replicarán los más tolerantes que, siendo el inglés tan necesario para las disciplinas científicas, no debería desterrarse la enseñanza de ellas en aquella lengua; y añadirán que no se corren los mismos riesgos que al impartir otras materias, ya que el vocabulario científico y técnico es casi igual para todo el mundo.


Ciertamente, una gran parte de ese vocabulario procede del griego y del latín —y respecto de su traducción no hay inconveniente—, pero otra parte no. Por eso hay gente que, de tanto estudiar y leer en inglés, dice seepage por zona de rezume, outgassing y offgassing por desgasificación, intake por toma de agua o entrada de aire, coking por coquización o coquificación, waterlogging por anegación y hasta medicamento retard por medicamento de liberación lenta.


Y lo peor es que, si procediéramos en este campo con tolerancia, desatenderíamos lo que se refiere a la tecnología más novedosa, como la informática, ya que en ella, al haberlo descubierto o inventado los estadounidenses casi todo, sus términos se hallan originariamente en inglés; conque, si permitiéramos que se impartieran las asignaturas correspondientes en tal lengua, no forjaríamos jamás los neologismos correspondientes que necesitásemos para tratar de la materia ni se hispanizarían con la forma adecuada los anglicismos que, en su caso, hubiera que adoptar (porque es importantísimo que los extranjerismos que se incorporen se amolden a las peculiaridades fonéticas y ortográficas del idioma que los recibe).


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