DE LEGE FERENDA
¿No debería haber en España una ley como la de Toubon?
Cuando alguien propone imitar la famosa norma francesa, la reacción de quienes lo oyen suele ser de extrañeza y aun de rechazo.
Para justificar tal reacción, por lo común, se alega que la mejor defensa de un idioma consiste en usarlo bien; y que de asegurar el buen uso no tienen que encargarse las Cortes Generales o el Gobierno nacional, sino la escuela, la cual es la institución más adecuada para enseñar a los niños y jóvenes a evitar los extranjerismos innecesarios y también a formar adecuadamente los neologismos —que son imprescindibles para que la lengua siga viva y se ajuste a las siempre mudables circunstancias históricas y sociales—.
Otras veces se alega que la protección de un idioma no debe encomendarse a la ley porque, por medio de la represión y la coacción, ninguna gran empresa tiene buen éxito.
Pero lo más curioso es que llevamos ya muchos decenios aprobando —y reformando— normas jurídicas con el fin de regularlo absolutamente todo (empresas, contratos, comercio, informática, derechos de los individuos y de los animales, etc.). Asimismo, cuando acontece algún escándalo que los medios de comunicación dan en difundir a los cuatro vientos, la gente lo primero en que piensa es en promulgar o modificar alguna ley para que tal cosa se castigue o, si ya se castigaba, para que la punición se haga con mayor severidad (y buen ejemplo de ello lo hallamos en el Código Penal español de 1995, el cual ha sido reformado tantísimas veces que ya no lo reconocen ni quienes lo compusieron ni quienes lo aprobaron).
Y casi nadie dice que todo este tráfago legislativo sea innecesario. Casi nadie dice que, para tratar una parte, al menos, de las materias que supuestamente están faltas de regulación, bastaría aplicar por analogía preceptos ya contenidos en otras normas vigentes. En el caso de los delitos y otro género de infracciones, casi nadie apela a confiar más en la educación que en la represión; casi nadie osa decir que el imponer castigos no es lo que mejores frutos da. Antes al contrario, el común de los ciudadanos piensa que hay que acometer tales reformas porque el propio desenvolvimiento de la sociedad humana las hace necesarias.
Y, precisamente, en el desenvolvimiento de la sociedad humana estriba la conveniencia de aprobar una ley como la de Toubon, ya que la situación en que nos hallamos hoy día se diferencia muchísimo de la de hace cincuenta o cien años: la lengua inglesa ahora dispone de medios para su expansión de los que nunca dispusieron ni el latín ni el francés —medios que ya no solo la han convertido en la lingua franca, sino también en lengua de trabajo y hasta de estudio—. Los franceses, en consideración de tales circunstancias, han legislado para proteger su idioma; los españoles, paradójicamente, salvo sobre el idioma, estamos legislando sobre todo.