JAVIER MARÍAS CONTRA LA ANGLICANIZACIÓN

En memoria de Javier Marías Franco, fallecido el día 11 de septiembre de 2022



Suelen los escritores atreverse a hablar con gran libertad de ciertas materias que molestan al común de sus compatriotas. En el caso del recién fallecido Javier Marías, una de esas materias fue la influencia del inglés —y, en general, del Imperio estadounidense— en nuestra vida. El hecho de que Marías dominase perfectamente el idioma de Shakespeare (ya que había pasado parte de su juventud en Estados Unidos, ejercido el oficio de traductor y enseñado en la Universidad de Oxford y en el Wellesley College) no le impidió arremeter contra lo que hoy día a tantos y tantos les parece normal y hasta deseable.


Las opiniones del autor de Corazón tan blanco sobre lo que se ha dado en llamar anglicanización o anglificación las hallamos en dos artículos publicados en el diario El País no hace muchos años: Ni bilingüe ni enseñanza, de 17 de mayo de 2015, y Desprecio de la propia lengua, de 14 de noviembre de 2021. En tales artículos, Marías reflexiona sobre la poca estima que sentimos los hispanohablantes —en particular, los españoles— hacia nosotros mismos y de la otra cara de esta moneda, que es el gran deseo que abrigamos de imitar a los estadounidenses para convertirnos en ellos. Por eso, precisamente, usamos tantísimo el inglés, aunque apenas lo entendamos, y de lo adornamos todo con anglicismos innecesarios: porque lo vemos como el medio ideal para alcanzar el fin tan soñado de ser ciudadanos de esa nación maravillosa y perfecta que nos pintan las películas y las series que allí se producen. Y es que, con razón se ha dicho que la gran ventaja de la lengua inglesa respecto de la francesa —que, por si a alguien se le ha olvidado, fue el instrumento de comunicación internacional de los siglos XVIII, XIX y la primera mitad del XX— ha sido que, para su difusión, dispone de los medios audiovisuales y la informática, que llegan a todo el mundo a una velocidad de vértigo. La lengua del Hexágono, para su desgracia, no tenía más que el libro impreso.


Y Marías, al observar cuánto deseamos anglicanizarnos, lo denunció; no dudó en poner en la picota los términos anglosajones tan queridos, pero tan inútiles, que hoy en día no se nos caen de la boca: vintage, bargain, sold out, spot y ready, a los cuales, sin hacer gran esfuerzo, podemos añadir otros como crush, spoiler, feedback, cool, stand-by, look, shopping, sport, remake, think tank, play-off, coach o prime time: términos que tienen todos traducción al español y que solo a quienes se desprecian a sí mismos y desprecian su propio idioma pueden parecerles enriquecedores.


Marías también derribó otros mitos referidos al inglés que hemos aceptado casi cual dogmas de fe, como su supuesta sencillez, ya que a lo fácil de su gramática hay que contraponer su complicadísima fonética. Pero, sobre todo, se atrevió a algo a lo que muchos, si hubiesen estado en su pellejo, no se habrían atrevido: a criticar en alta voz las consecuencias —negativas— de impartir asignaturas en inglés, esto es, a criticar el bilingüismo, que hoy día se considera señal distintiva —la más importante, según algunos— de la calidad de la educación. El escritor madrileño, sin piedad, lo tachó de ser «una de las mayores locuras del sistema educativo español» y ««una de las más paletas».
Sumó de esta manera su voz a la de los profesores que, pensando en el interés de los niños antes que en la apariencia de calidad que confiere a un colegio el cartel de bilingüe, piden que se separe la enseñanza de la lengua extranjera de la de las demás asignaturas, ya que el usar aquella para explicar estas lleva a aprenderlo deficientemente todo: a que los estudiantes acaben siendo «iletrados cabales», según palabras del propio Marías. Aunque, ni que decir tiene que, para quienes están convencidos de que el conocimiento del inglés debe anteponerse a todo otro conocimiento, lo de que nuestro sistema produzca «iletrados cabales» ha de considerarse un mal menor.


Javier Marías hablaba así, como no podía ser de otra manera, a causa de lo mucho que amaba el instrumento esencial de todo escritor, que es el idioma —su idioma—.


Y, al leer sus clarísimas opiniones sobre la anglicanización, no podemos sino recordar aquellas palabras de otro académico, Pedro Felipe Monláu, que sonaron hace más de un siglo:

    «Un pueblo puede aceptarlo todo de otro pueblo menos el idioma, porque todo puede ser bueno menos el suicidarse; y un verdadero suicidio comete el pueblo que corrompe su lengua y la trueca por otra, y borra y anula el carácter más propio y expresivo de su nacionalidad».



Echaremos de menos reflexiones tan atinadas como las suyas.


Gracias, don Javier.



Entradas recomendadas

Dejar un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contact Us

We're not around right now. But you can send us an email and we'll get back to you, asap.

Not readable? Change text. captcha txt

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies