COSAS QUE SE DIJERON

Prueba de lo muchísimo que se llegó a estimar el castellano ya en la época clásica la tenemos en la curiosa —y disparatada— teoría de que nuestra lengua siempre se había hablado en España y que no procedía de la latina.

Tal teoría está muy bien expuesta en la obra Discursos de la certidumbre de las reliquias descubiertas en Granada desde el año de 1588 hasta el de 1598, de Gregorio López Madera, publicada en 1601 (capítulos 18 y 19).

El autor sostenía que los habitantes de la península ibérica tenían una lengua común antes de la conquista romana: la castellana, la cual procedía directamente de la confusión de Babel. Así, suponía que era el idioma que hablaba el nieto de Noé llamado Túbal, a quien se atribuía el haber venido con su familia a España. Comoquiera que no constaba que el latín hubiera nacido de la confusión de Babel y que los romanos no hablaban etrusco, el autor deduce que el parecido entre el castellano y el latín traía causa de la mucha comunicación de los romanos con los españoles, pues, según ciertas tradiciones y leyendas, en Italia había habido colonias de españoles —las de los sicanos y los sículos— y que españoles y romanos habían tenido unos mismos reyes:

    «… de Dionisio Halicarnaseo y otros que los más escrupulosos reciben por ciertos se sabe la hermandad antiquísima de estas provincias que en un tiempo tuvieron un mismo nombre, llamándose Hesperias; y, así, a los reyes dichos el padre Mariana los recibe por comunes de España y Italia, y Florián de Ocampo comprueba lo de las fundaciones de los sicanos y sículos con autores graves griegos y latinos. Y lo que inferimos desto, que es ser las lenguas italiana y española muy de antiguo semejantes, se colige bien de Plutarco, el cual, diciendo tan llanamente que la palabra devoción era propria española y sabiendo también que era latina, se vee cómo muy de atrás era en muchas cosas común el lenguaje…» (folio 61).


    «Es, pues, engañosa la dificultad propuesta: querer que nuestra lengua sea un centón de varios lenguajes sin asentar nada destos remiendos que dicen sobre alguna ropa antigua, pues, en buena filosofía, es infalible que no puede haber augmento ni alteración si no es sobre alguna substancia…» (folio 57 vuelto).

    «Y, así, es sin duda que nuestros pasados tuvieron lengua propia y distinta de la latina, que se corrompió con la mezcla della y de otros lenguajes peregrinos. Esto es claro de suyo, pero dícenlo también Estrabón y Cornelio Tácito expresamente hablando de aquel español que mató al procónsul Pisón en España, y dice que siempre respondió en el tormento que se le dio —para que descubriese quién se lo había mandado— en el proprio lenguaje de la tierra, diciéndolo por este término: sermone patrio» (folio 58).

    «… y, por argumento irrefragable consta de aquella piedra de tiempo de Julio César, que pusieron a su devoción los griegos de Ampurias —y la trae Ambrosio de Morales—, en la cual, entre otras palabras, se leen estas: “NEC RELICTA GRAECORUM LINGUA NEC IDIOMATE PATRIAE IBERIAE RECEPTA”, de las cuales se coligen dos cosas: la primera, que los españoles tenían lengua propia, que aquí se llama idioma, sin esperar a que se compusiese de remiendos; y la segunda, que en tiempo de Sertorio no tomaron la latina, pues después, en tiempo de Julio César y Cornelio Tácito, guardaban su lenguaje» (ibidem).

    «… porque estándose [España] toda poblada de sus naturales, a quien los romanos no echaron della, y solo pretendieron y alcanzaron el señorío, era imposible se les pudiese quitar la lengua natural, a que estaban enseñados y naturalmente dispuestos, para introducir otra extraña…» (ibidem).

    «… y así es cierto que ninguna nación del mundo ha perdido su lenguaje si no es siendo del todo destruida, ni que jamás se ha introducido en una provincia lengua extraña si no es conquistada por transmigración de otra nación entera, que, entonces, la que es mayor y más populosa vence en quedarse con su lengua…» (folio 58 vuelto).


López Madera pone por ejemplo de esto último el que en los territorios que poseía entonces España en la península itálica la gente corriente hablaba en italiano —a diferencia de en América, donde ya casi solo se usaba del castellano—. El autor entendía que esto ocurría porque, cuando una nación se hace solamente con el señorío de otra, los naturales de la nación sometida no padecen alteración grave en sus vidas y negocios; bien que la lengua de los dominadores se pasará a usar en los actos públicos, lo cual no significa que se proscriban las que hasta entonces hablaban los dominados. Y, aunque se casen hombres de la nación conquistadora con mujeres de la conquistada, son ellas las que enseñan su idioma a los hijos que procrean —y, así, tal idioma se conserva y perpetúa—.
Todo esto suponía López Madera que había ocurrido cuando los romanos conquistaron el territorio español; y explica que el que se siguiera usando del latín en los documentos públicos en tiempo de los godos y de la Reconquista traía causa de la mera costumbre.

También arremete contra quienes sostenían que la primitiva lengua española fue el vascuence, pues no halla testimonio de ello en escritos antiguos. Como para Séneca y Pomponio Mela —andaluces célebres en la época romana—, el éuscaro era idioma extraño, López Madera entiende que no podía ser el verdadero y primitivo idioma español. Además, si lo hubiera sido, habría tenido que dejar mucho más rastro en el castellano que las lenguas de otros pueblos que pasaron por la península ibérica.

No halla dificultad para justificar su teoría de la gran antigüedad del castellano en que a este se lo denominara romance, ya que atribuye tal denominación a que los godos llamaron romanos a los de Hispania no porque fueran propiamente romanos, sino porque creían lo que predicaba la Iglesia católica —que es la romana— y obedecían a los emperadores romanos. Tampoco halla dificultad en que el castellano de los textos medievales —las Partidas y los fueros— parezca primitivo comparado con el que se hablaba en los siglos XVI y XVII, ya que lo explica por la corrupción del idioma en las zonas del norte peninsular donde se refugiaron los cristianos tras la invasión islámica; y sostiene que el castellano correcto se había seguido usando en la España dominada por los musulmanes, cuyo modelo de perfección era el habla de Toledo —modelo al que volvieron los cristianos que acometieron la Reconquista—:

    «… que, como nuestros reyes iban conquistando más hacia el reino de Toledo, más se iban sus gentes limando en el lenguaje, y no podían tomarlo sino de los cristianos mozárabes, los cuales habían conservado en su propriedad la lengua antigua española…» (folio 63 vuelto).

    «Así, entre nosotros, aunque siempre se hablaba bien y pulidamente en el reino de Toledo, en las escripturas y privilegios guardaban las notas antiguas que los reyes habían traído de las montañas, donde se había corrompido el buen lenguaje, teniendo respecto, no a lo más antiguo que ya estaba olvidado, sino que de allí se vino a recobrar el reino…» (folio 64 vuelto).


López Madera hace hincapié en las diferencias entre el latín y el castellano para demostrar que el segundo no deriva del primero. Refiere la pronunciación de ambas lenguas, la letra eñe, los refranes y frases hechas, las terminaciones de los vocablos de una y otra lengua, el que el latín careciera de artículos y tuviera declinaciones, el que en castellano no existiera el género neutro… También, según el autor, la gramática castellana era muy distinta de la latina —y de las gramáticas de las lenguas de los demás pueblos que habían estado en la península ibérica: griegos, cartagineses, godos y árabes—. El que el castellano hubiera recibido gran cantidad de voces de las naciones extranjeras —sobre todo, del latín— no alteraba la esencia de la gramática ni, por tanto, de la lengua, del mismo modo que el que el latín hubiera recibido infinitas voces del griego no lo convertía en griego.

Otra prueba de su teoría cree hallarla en los muchos vocablos que él considera autóctonos: apartar, quitar, tomar, morar, querer, cosa, cuidado y acabamiento; y afirma que todos los vocablos que los autores de la Edad Antigua calificaban de españoles seguían usándose:

    «… sabemos por autoridad de Estrabón que lanza era nombre español de entonces como lo es agora; y en Plinio parece lo mismo destas palabras: conejo, grana y la mata en que se cogía, llamada coscoja; y, aunque al conejo y coscoja llama cuniculus y cusculia, se ve cómo están latinizados para declinarlos y poder usar dellos en sus escriptos, como lo hacían con los nombres griegos y de otras naciones…» (folio 71).


Hasta llega a desconfiar del parecido de las palabras y de la etimología:

    «… que se errará el que pensare que la palabra querer, española, viene del querere latino, siendo las significaciones tan diversas; que será el mismo engaño que si dijésemos que el cor latino viene de la palabra cor, hebrea, trabajando en poner concordancia entre el corazón, que significa en latin, y el frio, que significa el hebreo» (folio 75 vto).


Pero el autor no olvida nunca las semejanzas. Así, como del escritor cordobés Sextilio Ena —que vivió en el siglo I antes de Cristo— decían que escribía en latín con mucha influencia de su lengua española, deduce que ambos idiomas eran distintos, aunque parecidos, «pues en lenguas muy disímiles no pudiera tan fácilmente comunicarse y echarse de ver la frasis diversa…» (folio 72). También consideraba prueba de la existencia del castellano en los comienzos de la Edad Media el que en los textos de los concilios españoles de aquella época, escritos en latín, la estructura de las oraciones y las maneras de decir parecían propias de las personas castellanohablantes de los siglos XVI y XVII.

Otra cosa curiosa que se refiere es que el escritor Genebrardo, francés, trató de demostrar que su idioma tampoco procedía del latín.


CONDE DE LA VIÑAZA, Biblioteca histórica de la filología castellana [1893], disponible en la Biblioteca Digital de Castilla y León (fecha de consulta: 30 de noviembre de 2018).
Libros de dominio público de GOOGLE BOOKS (fecha de consulta: la misma).

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