¿«CALAMIDAD PÚBLICA» O «DESASTRE NACIONAL»?
No sabemos por qué algunos críticos tachan de galicismo la usadísima expresión calamidad pública y aconsejan sustituirla por la de desastre nacional. Como no dan fundamento alguno de su tacha —allende de la similitud de calamidad pública con la calamité publique del otro lado de los Pirineos—, no está a nuestros alcances penetrar sus razonamientos.
Si acaso es por el uso del vocablo calamidad, hay que tener en cuenta que para el diccionario de la Real Academia calamidad siempre ha significado ‘desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas’, definición que parece abarcar sin ninguna dificultad lo que esos críticos quieren expresar con desastre nacional.
Y, si la pega está en añadirle a calamidad el adjetivo pública, hay que tener en cuenta que dicho adjetivo no se refiere a lo gubernativo o jurisdiccional solamente, sino también a lo ‘común’ o ‘perteneciente a todo el pueblo’.
Pero, además, hay otro argumento de peso contra los que quieren evitar esa expresión: su uso desde muy antiguo. La propia Academia en su CORDE lo prueba con algunas citas, como estas:
- «¿Por qué envió Dios a san Juan a predicar penitencia en remisión de pecados y a su Hijo a perdonarlos en tiempo que los hebreos estaban tan abatidos y su república tan desmembrada y oprimida? Porque quiso que no solo la predicación de san Juan, sino la ruina del bien común y las calamidades públicas les fuesen maestras de verdad y penitencia y les mostrasen la vanidad de sus esperanzas…» (Alonso de Cabrera, Consideraciones sobre los Evangelios de los domingos de Adviento [1598]).
«Y que las pestes y calamidades públicas son efetos de la ira de Dios, provocada de nuestros desconciertos, no creo habrá hombre de entendimiento tan corto que no se corra de dudarlo» (Juan Márquez, el gobernador cristiano [1612 – 1625]).
«Dio Moisén en este hecho un grande ejemplo a los gobernadores cristianos y enseñoles lo que deben hacer en tiempo de calamidades públicas, como son hambres, pestes y mortandades, que es acudir a los ministros de la Iglesia para que se pongan entre Dios y el pueblo y con sus sacrificios y oraciones procuren aplacar su ira…» (ibidem).
«La educación —como fuente y origen de todos los hábitos y costumbres, o buenas o malas— causa la feliz fortuna, estabilidad o ruina de los Estados, reinar o servir, nacer o caer; y, bien administrada, es madre de admirables costumbres. Es labranza del ánimo que ministra luz al entendimiento, imperio a la razón, término a la voluntad, freno a los afectos, reglas a las acciones, gallardía al cuerpo, frutos que jamás llegan a maduración sino en los que fueren encaminados a su tiempo. El príncipe sin ella, en vez de padre, de pastor, será calamidad pública, peste universal; porque no resisten a sus inclinaciones, las considere con prudencia y observación el que ha de hacer pronóstico de sus hechos para encaminar la educación» (Luis Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, rey de España [1619]).
MARTÍNEZ DE SOUSA, JOSÉ. Diccionario de usos y dudas del español actual (DUDEA), 4.ª ed. ampliada y corregida, editorial TREA, 2008.
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español.