OBSERVATORIO DE LA ANGLICANIZACIÓN (DEL DICCIONARIO DE LA RAE)

Como acostumbra a hacer a finales de cada año, la RAE ha publicado también en 2024 unas cuantas actualizaciones de su diccionario. Entre los vocablos que se introducen ex novo en el texto llaman la atención, como no podía ser de otra manera, los extranjerismos.



HELENISMOS, LATINISMOS Y TÉRMINOS DE GEOPOLÍTICA

De buenas a primeras, se ve que se mantiene la tendencia a meter helenismos y latinismos propios del lenguaje científico (aerotermia y estilometría, de los ámbitos de la técnica y la tecnología; engrama, del de la psicología; micela y micelar, del de la química; microbioma, del de la biología; herpetofauna, del de la zoología; etnonimia y etnónimo, del de la lingüística; falerística, del de la numismática; o poligénesis, del de la antropología). Y, aunque nada hay que objetar a estas voces, ya que el latín y el griego son el alma de nuestro idioma —además de la fuente tradicional de la terminología científica—, debería tenerse en cuenta que no se oyen mucho fuera del respectivo ámbito, por lo que quizás no deberían llevarse a un diccionario —el de la Academia— centrado en lo que es el uso corriente del idioma.

El único vocablo de esta clase que sí que parece lógico que se haya metido en el DLE es el adjetivo autolítico (‘perteneciente o relativo a la autolisis o suicidio’), que en los últimos años se ha popularizado por obra y gracia de los medios de comunicación, a los que —no se sabe bien por qué— les gusta mucho.

Asimismo, se hallan en situación similar a la de autolítico los vocablos buriato (que procede del ruso y que designa al grupo étnico más numeroso de Siberia) y salafismo y salafista (procedentes del árabe, que se refieren a un movimiento que propugna volver a la religiosidad islámica primitiva): se han popularizado por lo mucho que se usan en las informaciones que tratan sobre geopolítica, aunque su presencia en el diccionario general de la lengua no era estrictamente necesaria.



EXTRANJERISMOS DEPORTIVOS, ARTÍSTICOS Y GASTRONÓMICOS

En lo tocante al deporte, se introducen varios extranjerismos que designan disciplinas para las que, al parecer, no existe palabra correspondiente en español: los anglicismos bicicross, ciclocross y curling (que no sabemos por qué no se han hispanizado adecuadamente con las formas bicicrós, ciclocrós y curlin) y el lusismo capoeira (nombre de un arte marcial).

El anglicismo drive —de no muy agradable pronunciación— es otro de los extranjerismos deportivos que se aceptan, pero puede considerarse innecesario, ya que hay traducciones bastante asentadas, como golpe de derecha (de tenis), golpe llano, golpe tenso y golpe a media altura (de bádminton); y, en el ámbito del golf, podemos decir golpe inicial, golpe de salida o golpe largo.


Y de desagradable pronunciación es otro anglicismo que también nos mete ahora la RAE en casa: driver, que designa cierto palo de gol y que puede traducirse por madera del uno.

(Dicho sea de paso, también se le da a driver un segundo sentido, propio de la informática: «Programa que permite enlazar un periférico, como p. ej. una impresora, con el sistema operativo de una computadora», y que en español se suele traducir por programa manejador o programa regulador).

Otro anglicismo perteneciente al mundo deportivo que se admite ahora es finn, nombre de cierta embarcación. Podría haberse traducido por finés, pues no significa otra cosa; mas, como su uso es universal, puede disculparse. Lo que no tiene disculpa es que se haya aceptado con la grafía original: con su terminación de dos enes, que no acertará a pronunciar ningún hispanohablante; por lo que quizás —y, para no escribir fin, que pudiera confundirse a primera vista con el vocablo tradicional español que designa ‘término, remate, límite o motivo’— habría sido conveniente añadirle una e paragógica y decir finne.

También parece disculpable la introducción de sófbol (en inglés, softball), que es el nombre de otro deporte y que se usa universalmente; pero no olvidemos que existe la traducción pelota suave —que se oye en algunas partes de América y que, por tanto, podría haberse llevado al diccionario académico junto al anglicismo hispanizado—. Lo incomprensible es que, además, se introduzca la forma sóftbol, igual al término original, salvo por la tilde, que conserva el grupo consonántico –ftb–, ajeno a la fonética española.

Y hay que tachar también de incomprensible la introducción del anglicismo full contact (‘práctica deportiva consistente en la mezcla de diversas artes marciales, en la cual se golpea con los puños o los pies’), ya que no significa otra cosa que contacto pleno o contacto total.

También merece tacha el haber aceptado el galicismo poule, propio de la esgrima, que, aunque se oye muchísimo, tradicionalmente se había rechazado porque se entendía que podía traducirse por todos contra todos.

En el ámbito artístico, por su parte, se introduce el neologismo blusero (‘perteneciente o relativo al blues’, ‘que compone blues’ o ‘seguidor del blues’). Teniendo el anglicismo blues uso universal —y careciendo de traducción precisa—, parece lógico que se haya derivado de él dicho neologismo. Lo que ya no es tan lógico es que en el DLE se halle la forma puramente inglesa blues y no la hispanizada blus (que respeta nuestra ortografía y que ya goza de cierta aceptación en la lengua escrita).

Es anglicismo necesario y, por tanto, hay que darle el parabién a la RAE por aceptarlo, dramaturgista (‘persona que colabora con el director en el análisis y la realización de un espectáculo’), ya que designa a alguien que ejerce funciones hasta ahora no claramente determinadas en el mundo del teatro: a alguien distinto del dramaturgo y del director, pero que colabora con ambos a manera de una especie de asesor.

Asimismo, se introducen los anglicismos funk y funky, que se refieren a un cierto género musical estadounidense de mediados del siglo XX. Cada uno de ellos entra en el diccionario académico con la doble categoría de sustantivo y adjetivo, esto es, para designar el género musical y lo perteneciente o relativo a dicho género; por lo que, en principio, se podrá decir «el funk» y «el funky», así como «música funk» y «música funky». Pero ¿no habría sido mejor introducir tan solo el vocablo funki, hispanizado, para designar ambas cosas, evitando de esa manera grafías extranjerizantes y la cacofónica terminación en –nk? Más: ¿por qué no se ha introducido la adaptación funkismo, que tiene algo de uso, como sustantivo y dejado funki únicamente como adjetivo? ¿No quedarían así mejor hispanizados estos extranjerismos?

Tampoco es rechazable el vocablo glam, anglicismo que designa un «estilo de rock, nacido en Gran Bretaña hacia 1970» y que se ha asentado en todos los idiomas desde entonces. Sí parece rechazable, sin embargo, que se haya admitido no solo como sustantivo, sino también como adjetivo, pues no existen adjetivos en español que terminen en eme.


Y del mundo de la música —y del cine— viene otra novedad que nos han metido en casa: la voz inglesa indie, totalmente innecesaria, ya que no significa nada más ni nada menos que independiente.

Innecesario de todo punto también ha de considerarse el italianismo intermezzo, aun para lo referente a la música; y, aunque es innegable que en los últimos siglos hemos tomado infinitas voces musicales de la lengua de Petrarca (alegreto y alegro, aria, arpegio, cantata, soprano, etc.), dichas voces se han tomado al no haber voces castizas que las tradujeran, cosa que no pasa en el caso de intermezzo, ya que en español siempre se ha dicho intermedio.

Por el contrario, sí pueden considerarse introducidos con acierto los anglicismos pictorialismo y pictorialista, que se refieren, tal como dice la RAE, a una «corriente fotográfica surgida a finales del siglo XIX que busca reproducir en las fotos texturas y efectos estéticos semejantes a los pictóricos»: tales vocablos designaban algo nuevo en la época en que comenzaron a usarse y se han asentado en todas las lenguas del mundo.

Por su parte, el anglicismo cinematográfico script (script boy), que es otra de las novedades, no nos hacía ninguna falta, ya que se traduce, sin ninguna dificultad, por anotador o supervisor del guion.


Pasando al ámbito culinario, podemos observar que se admite el arabismo tabulé, que es el nombre de una ensalada típica del Líbano, muy conocida y apreciada allende sus fronteras. Por ser una clase de ensalada especial y tener tanta fama, precisamente, el vocablo se ha aceptado en todos los idiomas, lo cual justifica que lo acepte también al nuestro; y es de agradecer, además, que la RAE no haya caído en la tentación de darle grafía extranjerizante (como tabbouleh, tabbule o taboulé, que se ven con frecuencia).

También está acertadamente introducido en el DLE el vocablo wasabi, que es la transliteración del nombre de una planta japonesa que se emplea como condimento. Su uso, tan universal como el de tabulé, lo avala para que la recibamos; aunque no conviene olvidar que de un tiempo a esta parte se estaba traduciendo por rábano picante japonés (traducción un poco imprecisa, ya que no es propiamente un rábano).


Y también puede considerarse acertado —o, por lo menos, tolerable— el haber aceptado el adjetivo de origen francés varietal, derivado de varieté (‘variedad’), que, según la definición que da ahora la RAE, significa: «Dicho de un vino o de un aceite de oliva: que está elaborado en exclusiva, o en su mayor parte, con una sola variedad de uva o de aceituna, respectivamente». Sirve para referirse a algo para lo cual no hay otra palabra —que nosotros sepamos— y, además, hasta podría entenderse derivado —eso sí, de manera un tanto caprichosa— de nuestro adjetivo vario.

Asimismo, es tolerable la introducción de tutifruti (del italiano tutti fruti, ‘mezcla hecha a base de trocitos de frutas varias, generalmente confitadas, que se usa en la elaboración de helados y postres’). Tanto el vocablo tutti fruti como el más común macedonia designan cierta ensalada compuesta de frutas variadas que se inventó en el siglo XIX (el nombre de macedonia se le puso porque la mezcla de frutas recordaba a la mezcla de grupos étnicos que había en el territorio europeo de Macedonia). Y, como desde entonces, en casi todos los idiomas se han recibido uno y otro vocablo, no parece que en el nuestro haya razón para rechazar el que nos faltaba.


Lo que sí es plausible sin ninguna duda es que hayamos hecho nuestro el japonesismo umami, que se ha dado en llamar el quinto sabor (un sabor que no es dulce ni amargo ni salado ni ácido). Para designar tal cosa no hay palabra en nuestro idioma ni en ningún otro, lo que ha convertido dicho vocablo en universal.

Por el contrario, creemos que no deberían haberse llevado al diccionario el galicismo fumet ni su adaptación fumé, pues designan la comida a la que en español siempre se ha llamado caldo de pescado, caldo de marisco o caldo de pescado y marisco. Y tampoco deberían haberse recibido frappé ni su adaptación frapé, ya que en español siempre se traducían por con hielo, helado o muy frío.



OTROS EXTRANJERISMOS

Otros vocablos foráneos, correspondientes a otros ámbitos, que ahora se recogen y que pueden considerarse admisibles o, por lo menos, tolerables, son los siguientes:

Esnórquel: es vocablo de origen alemán —aunque difundido por todo el mundo gracias al inglés—, que designa cierto mecanismo que sirve para respirar en los submarinos. Por extensión, se aplica al dispositivo que permite respirar bajo el agua a una persona (y que en español se suele traducir por tubo de buceo, tubo de respiración o respirador de superficie). Aunque puede entenderse que, por su universalidad, se haya introducido con este segundo sentido, lo incomprensible es que no se haya recibido con el primero, que carece totalmente de traducción. También es incomprensible que se haya metido, junto a la forma hispanizada esnórquel, la puramente inglesa snorkel.


Haka (‘danza ritual maorí acompañada de canto, en especial la que se caracteriza por sus gestos amenazantes’), admisible por designar algo tan peculiar, si bien la RAE no nos dice cómo ha de leerse (¿con hache aspirada?, ¿sin hache aspirada?).

Hausa (‘de un pueblo africano que habita principalmente en la zona occidental del continente’), de cuya pronunciación tampoco se nos da noticia.

Sulky: anglicismo que designa una especie de carruaje y que carece de nombre en nuestro idioma. Lo que no se entiende es por qué la RAE no lo ha incorporado con la grafía hispanizada sulqui, que se ve a veces y que es más natural para nosotros.

Tao (‘en el taoísmo, principio creador y rector de todo lo que existe’): es vocablo chino que se usa en todo el mundo.

Trivia (‘serie de preguntas que se le hacen a alguien para comprobar sus conocimientos sobre un determinado tema, generalmente como juego o en un concurso’): dice la RAE que viene «del ingl. trivia, y este del lat. trivia, pl. de trivium ‘encrucijada de tres caminos’». Aunque parece que podría traducirse genéricamente por juego de preguntas y respuestas, lo cierto es que trivia podríamos haberlo forjado los hispanohablantes por nuestra cuenta, sin influencia del inglés, ya que tenemos otros vocablos de la misma familia latina, como trivio y trivial.

Se deben considerar, por el contrario, extranjerismos introducidos sin ninguna necesidad estos otros:

Espóiler (del inglés spoiler): en español siempre se ha dicho destripe (del final de una historia), revelar el final o contar el final. También es innecesario el otro sentido que la RAE ha dado en reconocerle: el de alerón (de un automóvil).

Fitness: este anglicismo tradicionalmente se traducía por gimnasia de mantenimiento.

Groupie: anglicismo que no significa otra cosa que seguidor apasionado, seguidor fanático o admirador irreflexivo.

Lobista (calco del lobbyist inglés): lo que siempre se ha llamado cabildero. Es tan innecesario como el anglicismo del que deriva —lobby, ya introducido hace algún tiempo—.

Orgánico con el sentido de ‘ecológico, natural’: siempre se ha tachado de anglicismo semántico.

Pellet: otro anglicismo innecesario, aunque muy usado. En español se dice pella o granza.

Sérum: latinismo que usan ingleses y franceses. Es nuestro vocablo castizo suero.

Telemarketing: anglicismo que puede traducirse por mercadotecnia telefónica, mercadeo telefónico, mercática telefónica (o telemercadotecnia, telemercadeo, telemercática).

Respecto de yuyu, que es otro de los vocablos que ahora se lleva al DLE, dice la Academia que viene «del ingl. juju, y este del hausa jùujúu ‘magia, brujería’, ‘amuleto’», y le da los siguientes significados: «1. Esp. Brujería, conjuro. ‖ 2. coloq. Esp. Miedo, aprensión. Siempre me han dado yuyu esas cosas. ‖ 3. coloq. Esp. Indisposición repentina, especialmente un desmayo. Le dio un yuyu». No recoge el tradicional de ‘prácticas animistas de algunas partes de África Occidental’, que siempre se consideró admisible, aunque parece comprendido en el primero, que peca de excesivamente general (abarca la brujería y conjuros de cualquier clase de cualquier parte del mundo), y que, si bien se considera, es el único claramente anglicado. Los otros sentidos, los que tiene en el habla coloquial de España, lo parecen menos, ya que difieren un poco de los que se le dan en el inglés coloquial (que son ‘buena o mala suerte’ e ‘impresión buena o mala que transmite alguna persona, lugar o cosa’).

Y, por último, como anécdota graciosa respecto de los extranjerismos introducidos en 2024, confesaremos que no entendemos por qué la RAE, al llevar a su diccionario los neologismos musealizar y musealización, da la siguiente información etimológica: «Del italiano musealizzare, y este de museale». Y no lo entendemos porque, siendo museal adjetivo español (usado a la par que museístico, ambos derivados de museo según las reglas de nuestro idioma y reconocidos en 1984 por la RAE, cuando no se había vuelto todavía tan permisiva como ahora), musealizar y musealización pueden considerarse palabras puramente españolas, de la misma manera que puntualizar y puntualización, que se derivan de puntual.



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