LA ÍNDOLE DEL INGLÉS DIFIERE DE LA DEL CASTELLANO

Uno de los vicios más extendidos hoy día es el de hablar sobre alguna materia en términos demasiado genéricos, sin hacer cuenta de las dificultades que se ofrecen en la vida real para aplicar lo que parece muy fácil en abstracto.

Una de esas materias es el lenguaje.

Así, vemos que, en consideración del alud de neologismos y extranjerismos que sin pausa nos invaden, son infinitos los críticos que defienden que hay que dejar que el uso lo regule todo: que han de ser los hablantes quienes establezcan lo que debe considerarse correcto y lo que no. Y esto ha calado de tal manera en la actualidad que hasta la Real Academia Española —encargada, según sus estatutos originales, de mantener la pureza del idioma— ha privado a sus dos obras características, el Diccionario y la Gramática, de la normatividad que tenían en lo pasado para convertirlas en meramente descriptivas.

En cosas como estas se echa de ver el afán de imitar las costumbres lingüísticas de los anglosajones, que siempre han sido muy tolerantes.

Pero lo de convertir el mero uso en el único juez del lenguaje (en lugar de elevar a tal categoría el uso bien dirigido, fundado en el estudio de las reglas de derivación y adaptación de vocablos que los escritores clásicos y la tradición han asentado) puede llevar a que se acaben considerando correctas palabras y, sobre todo, construcciones muy contrarias a la índole del castellano por el solo hecho de gozar de gran difusión entre los hablantes. Los críticos olvidan que tal peligro en el caso de su admiradísimo inglés es mucho menor, a causa de las particularidades fonéticas y morfológicas que tiene la lengua de Shakespeare —las cuales, dicho sea de paso, le permiten incorporar novedades con más facilidad que al castellano—.

El padre Mir y Noguera, ya a principios del siglo XX —cuando la lingua franca era, paradójicamente, el francés— lo dijo con estas palabras:

    «… podrá parecer filatería a los ignorantes de lo que en Inglaterra pasa. Allí vive cada cual a sus anchas. Es a saber, como no haya corporación académica encargada de fallar en materia de lenguaje ni libro nacional donde las decisiones se registren, tampoco hay regla fija ni norma segura del habla inglesa. Quién entremete en sus escritos una docena de voces inusitadas, quién extraña una docena de las ya conocidas, quién anda azacanado en soñar frases, quién se perece por desacreditar las recibidas, pasando en esto del lenguaje lo que en cosas de religión, según es ilimitada la licencia que los ingleses se toman, como si inglés quisiera decir hombre momeador que se caló por montera medio mundo y por pantuflos el otro medio. Los españoles, gracias a Dios, tenemos tribunal y guía en negocio de lengua; sobre este tribunal están los autores y maestros del clásico decir. Mas, si en el ánimo español se infiltrara el espíritu inglés, como se infiltró el francés, si llegaran los farautes del inglesismo a encarrilar nuestro romance por las veredas de la absoluta libertad, a pocas vueltas caería en una babel de confusiones mucho más horrenda que la de los afrancesados, sin que nos pudiese valer el apoyo de nuestros clásicos, aunque mucho más expectables que los de la culta Inglaterra» (Prontuario de hispanismo y barbarismo, tomo I [1908], página 878).


Y podemos observar muy claramente que es así en la poca importancia que los anglosajones dan a la terminación de las palabras (en vocal o en una o más consonantes), lo cual no es tan indiferente para los hispanohablantes.

También se puede observar en la manera que tienen los anglosajones de forjar los plurales: por lo general, añadiendo a los sustantivos una simple –s, con independencia de que acabe el vocablo en vocal o consonante. Gracias a ello dicen clubs, lords, gongs, quarks y tandems, y no hallan dificultad en incorporar palabras de cualquier otro idioma. Pero tal regla es inadmisible en castellano por contraria a los más esenciales principios gramaticales; y el que la Academia haya dado el pase en los últimos años a algunos plurales de ese estilo no los abona, ya que jamás se han forjado así.

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